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En las películas, los sucesos tienen mucho de espectáculo con el asesino mirando a cámara después de cometer la fechoría y soltando una frase memorable. ... En la vida real lo que recuerdan los testigos suelen ser los gritos, como mucho. Pero a principios del siglo XX en la provincia de Badajoz se hizo famoso un criminal apodado 'el Guapito' porque culminó una venganza por celos con unas frases muy potentes que quedaron para el recuerdo.
'El Guapito' tenía fama de atractivo y algo chuleta, como se puede adivinar por su mote. Por ejemplo, solía ir con chaqueta aunque hiciese calor y sus formas eran de rico, según sus conocidos, aunque era un hombre humilde. Era un mozo interesante de Valencia del Ventoso llamado en realidad Ramón. Se casó muy joven con Josefa, otra moza atractiva, pero el matrimonio no fue nada feliz. Discutían y se separaban constantemente, según declararon sus vecinos.
En mayo de 1918 ambos tenían un hijo en común, pero Josefa se hartó y abandonó a 'el Guapito'. Se marchó a casa de su madre adoptiva, Dolores, que la había acogido de pequeña cuando su verdadera madre murió y con la que tenía mucha confianza. Dolores, de hecho, apoyaba que su hija adoptiva terminase las relaciones con Ramón.
Durante la separación Josefa conoció a otro hombre, Antonio, y comenzaron a salir. Varios vecinos vieron juntos a la nueva pareja y el rumor llegó a oídos de 'el Guapito'. La reacción no tardó en llegar y fue muy violenta.
Ramón supo que su mujer, la madre adoptiva de esta y el amante, Antonio, estaban en un cortijo a las afueras de la localidad, una finca importante de un conde en la que pasaron el día trabajando.
'El Guapito' decidió esperar a su mujer y al acompañante de ella a las afueras de Valencia del Ventoso, cerca de un paraje conocido como 'El Águila'. Allí estaba al atardecer cuando vio de lejos a Josefa con Antonio y a la madre de ella con Andrés, su acompañante. Se escondió detrás de unas piedras para atacarlos y es ahí cuando un crimen más o menos corriente se volvió de película por la sobreactuación del asesino.
'El Guapito' saltó de su escondite y sorprendió a la comitiva cuando se acercaron al punto en el que estaba. Se dirigió a Antonio, el amante de su mujer, que llevaba en sus manos varios bultos. «¿Para eso has quedado, so golfo, para servir de paje?», le desafío.
A continuación, con tranquilidad, Ramón se quitó su sempiterna chaqueta, la colgó de una estaca que marcaba la linde del camino. Señaló la prenda con su dedo y dijo: «De ahí ya no pasas más».
Los testigos, al demostrar tanta chulería, no se tomaron muy en serio la amenaza, pero inmediatamente 'el Guapito' sacó un cuchillo y atacó al amante de su mujer. Le clavó el arma tres veces, la primera le entró por la espalda y las dos siguientes fueron directas al corazón, por lo que murió en el acto.
Tras el brutal crimen 'el Guapito' volvió a colocarse la chaqueta y le indicó al resto de la comitiva que los acompañaba hasta el pueblo. No se atrevieron a negarse y fueron con él hasta el acceso a Valencia del Ventoso. Ya en el pueblo el criminal se marchó, de nuevo, de mostrando su chulería. «Yo me voy, que me vengan a encerrar», dijo a modo de despedida.
No se equivocó. Lo detuvieron poco después por asesinato. El juicio se celebró el febrero de 1919 en el juzgado de Fuente de Cantos. El Fiscal defendió que se trataba de un asesinato premeditado, mientras que la defensa mantuvo que el acusado estaba enajenado por los celos y que en ningún caso había planeado sus acciones.
Quizá la actitud, de nuevo chulesca y presumida de 'el Guapito' no le ayudó. Fue condenado por asesinato y condenado a 17 años de cárcel.
Ni la condena ni el juicio fueron muy llamativos, pero si los testimonios sobre el crimen, que relataron la frialdad con la que el autor espetó sus frases, como si procedieran de una novela dramática.
El caso de 'el Guapito' de Valencia del Ventoso es uno de los más llamativos en cuanto a frases peliculeras, pero no el único. Hubo otro asesinato bastante corriente, pero marcado por el dramatismo del autor. Fue ocho años después del de Ramón.
En concreto, el crimen se llevó a cabo en 1926 en Almendralejo y fue un drama bastante repetido a principios del siglo XX. Una pareja de jóvenes mantenía relaciones en el pueblo con visos a casarse, pero rompieron y hubo sangre.
En este caso eran Manuel y Conchita los novios. La hermana de ella la convenció para romper con el mozo porque ambas familias no se llevaban bien y el noviazgo no podía llegar a buen puerto.
El chico era de familia bien y no tanto ella, de cuna más humilde. «El procesado es hijo de familia honrada y virtuosa y esto consta en autos, pero es un hombre, un joven desgraciado y enfermo. Hay en este suceso un autor moral, que es la familia que se produjo con abandonos, pues consistió las relaciones amorosas, toleraron los amores sus padres en un principio y después resultó imposible contener la pasión desbordada», resumió el caso el periódico Nuevo Día.
Hasta aquí, sin embargo, es un caso normal. Fue en la ejecución cuando el hombre, de nuevo, optó por las frases para enmarcar. Al atacar a su novia, que iba por la calle acompañada por su hermana, gritó «el que ama, mata» y esta declaración acabó en la prensa que destacó el episodio.
Nuevo Día, por ejemplo, se dejó llevar por la teatralidad. «El acusado amaba a su novia. Ama y mata gritaba imperiosamente desde su alma una voz y este delito solo se da contra la persona a quien se ama», indicaron. Un análisis muy desafortunado que hoy sería impensable, pero en esa época no había conciencia con respecto a la violencia de género que fue, en realidad, lo que había tras el acuchillamiento de Conchita. Su exnovio fue condenador a diez años de prisión al aceptar el tribunal que sufrió un arrebato.
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